La maldición se desencadeno a partir de que los dos arqueólogos y su equipo abrieron por primera vez la tumba en noviembre de 1922. Se dice que cuando todos estaban en la superficie, una tormenta de arena azoto principalmente en la entrada de la cueva después un halcón emblema real del antiguo Egipto, sobrevoló la tumba y se dirigió hacia el oeste, hacia el misterioso «otro mundo» de las creencias egipcias.
Supuestamente el espíritu del faraón muerto había dejado caer su maldición sobre quienes violaron su tumba.
Cinco meses más tarde, Lord Carnarvon recibió una picadura de mosquito en la mejilla izquierda, la picadura se le infectó y debilitado por una septicemia enfermó de neumonía lo que lo llevo a la muerte, estando en un hotel de El Cairo y en aquel instante se apagaron todas las luces de la ciudad. Simultáneamente, en Inglaterra, en su mansión de Hampshire, su perro aulló... y murió.
Quizá lo más extraño de todo fue que, al examinar la momia de Tutankamón, los médicos hallaron una depresión en forma de cicatriz sobre la mejilla izquierda, en correspondencia con la picadura de Carnarvon. Durante los meses siguientes de 1923 se atribuyó a la misma maldición las muertes de otras personas que visitaron la tumba.
Aubrey Herbert, hermanastro de Carnarvon, murió de peritonitis. Alí Farmy Bey, príncipe egipcio cuya familia decía descender de los faraones, fue asesinado en un hotel de Londres, y su hermano se suicidó. George Jay Gould, magnate de los ferrocarriles en los Estados Unidos, murió de neumonía después de haberse resfriado en su visita a la tumba, y el millonario sudafricano Wooll Joel murió de una caída.
Richard Bethell, que ayudó a Carter a clasificar el tesoro, murió supuestamente de suicidado. Meses después su padre lord Westbury se quitó la vida en Londres al arrojarse por la ventana de su habitación, en su dormitorio tenía un jarrón de alabastro procedente del sepulcro de Tutankamón. Durante los años que siguieron al descubrimiento de la tumba más de una docena de personas que de algún modo estuvieron relacionadas con ella murieron de forma natural.
Pero hubo un hombre que jamás dio crédito a la legendaria maldición de los faraones, precisamente quien hubiera tenido más motivos para temerla, Howard Carter que murió en marzo de 1939 por causas naturales. Sin embargo, cuando el gobierno egipcio acordó enviar los tesoros de Tutankamón a una exposición organizada en Paris en 1966 Mohammed Ibraham director de Antigüedades soñó que se vería amenazado por males terribles si permitía que salieran del país, luchó tenazmente contra la decisión, pero tuvo que acceder en el último encuentro en El Cairo ante las autoridades correspondientes. Cuando salía de la reunión fue arrollado por un automóvil y murió dos días después.
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